Sábado 23 de agosto de 2008
Impresiona -y asusta- comprobar cómo se extiende el fundamentalismo islámico, incluso entre aquellas capas de la población de las que cabría esperar -por su formación y por su profesión- un espíritu más moderado, humilde y dialogante. Bajo disfraz de manso corderillo, con una justificación que éticamente no se sostiene, el director de la asociación médica egipcia acaba de informar de la prohibición de los trasplantes entre musulmanes y cristianos. Si fuera verdad que lo que se busca es «proteger a los musulmanes pobres de los cristianos ricos que les compran sus órganos y al revés», lo que habría que hacer es castigar severamente esa compraventa y exigir que los médicos que van a llevar a cabo el trasplante se cercioren previamente, con total seriedad y honradez, de la absoluta voluntariedad de esa donación de órganos. Para eso se ha desarrollado en todo el mundo la doctrina del consentimiento informado, para eso se han creado los comités de ética asistencial, para eso existen toda una serie de procedimientos legales de fuerte carácter garantista.
La decisión de los médicos egipcios denota, en todo caso, un paternalismo atroz claramente contrario a los postulados de la moderna ética médica (véase la Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos aprobada por la Unesco en el 2005); y, además, más parece poner en evidencia una deficiente moralidad de la clase médica egipcia, que no debe de ser muy sensible a preguntarse acerca de si las condiciones éticas en las que se ha obtenido el órgano que se va a trasplantar han sido las adecuadas, y simplemente parece tirar para adelante…
Lo miremos por donde lo miremos, estamos ante un claro ejemplo de instrumentalización de la medicina al servicio de intereses espurios, como ya ha ocurrido en otras ocasiones. Afortunadamente la serenidad y el sentido común han imperado entre los representantes de ambas religiones que, en una coincidencia poco frecuente y muy digna de elogio, han criticado la medida y solicitado su urgente anulación para no incrementar las tensiones religiosas, ya de por sí más virulentas de lo racional y espiritualmente deseable.
Pocos ejemplos de mayor bondad y solidaridad existen que donar vida más allá de la muerte sin reparar en quién va a ser el agraciado con nuestra generosa decisión. Medicina, ética y religión debieran estar siempre al servicio de la vida, y no al revés.
http://www.lavozdegalicia.es/opinion/2008/08/24/0003_7084233.htm