¿La vida es bella?
-No ocultamos el dolor ni engañamos, pero nuestra presencia es una ayuda para que los niños vivan el sufrimiento con esperanza y para que su paso por el hospital no sea una experiencia que les traumatice. Se trata de adecuar la situación a su edad sin que les rompa por dentro. Gracias a nuestra labor el menor y su familia viven probablemente los momentos más difíciles de su vida con desdramatización. A menudo, nos sentimos impotentes porque la curación no está en nuestras manos, pero luego nos damos cuenta de que sí podemos conseguir que el niño viva su experiencia dentro del hospital como un niño.
¿Qué hace especial su trabajo?
-Los voluntarios aportamos la guinda al pastel. En una habitación de hospital las horas transcurren lentamente, así que nuestra presencia es como una gota de agua en el desierto de la soledad y la monotonía.
¿Cuál es su misión?
-Llegar allí donde el profesional sanitario no puede llegar ni por tiempo ni por la labor asistencial que le corresponde desempeñar. Proporcionamos un clima de acogida con quienes no lo están pasando bien y así evitamos que la persona que está sufriendo piense que su dolor no le importa a nadie.
¿Qué es lo que más le impresiona?
-Nunca me podré acostumbrar a que después de los años los padres vuelvan a visitarnos, aun cuando sus hijos no se curaron. Lo que les queda son los buenos ratos que pasaron con nosotros. Y es que se dan cuenta de que después del tiempo, los momentos más amargos pueden llegar a ser dulces.
¿Cuál es la experiencia que más le ha marcado?
-Un día los Mossos d’Esquadra trajeron a un adolescente que había tenido un accidente de tráfico y durante días no pidió auxilio porque la moto era robada. Queríamos ofrecerle el máximo apoyo porque no tenía familia. Al principio no nos dejaba; su reacción era terrible, como la de un animal enjaulado.
Poco después le sorprendió que ante sus malos modos nuestra respuesta era el cariño. Acabó siendo el niño que nunca le habían dejado ser. Al fin mostró ternura y se sintió persona. En el hospital pasó los únicos días felices de su vida. Pero es una de muchas historias, tantas que podríamos escribir un libro.
Y ese libro llegó…
-No queríamos que fuera morboso ni para que la gente dijera «pobrecitos», sino que sirviera para mostrar la vida con mayúsculas.
¿Por qué El caballo de Miguel como título?
-El caballito llegó al hospital de manos de un niño de nueve años que cuando se curó me lo prestó llorando para que se lo diera a otro niño. Comprendí que tenía que encontrar un dueño que fuera digno de tal tesoro. Permaneció durante meses en el estante de mi despacho hasta que un día un niño de cinco años, que estaba muy enfermo, lloraba porque quería un caballo. Fue su último juguete.
¿Los niños resisten más al dolor que los adultos?
-Saben que son vulnerables y no se hacen tantas preguntas como los mayores, que creen ser fuertes y autosuficientes. La enfermedad es un batacazo que muestra que la vida pende de un hilo, pero se sienten humillados cuando se ven incapaces de valerse por sí mismos. El niño lo acepta con facilidad y tiene la capacidad de vivir en el hospital riendo y jugando.
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