Salud

Javier Sádaba

30 Mayo 2008

Lluïsa Jover

En una reciente conferencia a médicos de atención primaria, uno de ellos me preguntó si la salud era un hecho o un valor. Le respondí que las dos cosas. Que es un hecho nadie lo dudaría. Se puede constatar empíricamente. Un atleta ganando una dura competición resplandece por su salud. Por el contrario, no hace falta más que acercarse a un hospital para saber dónde escasea. La salud, por lo tanto, es un dato que podemos describir, que lo encontramos en la naturaleza como en la naturaleza encontramos pájaros, peces o flores. Que sea un valor requiere explicación adicional. Es un valor, ésa fue mi respuesta un tanto a vuela pluma, porque la protegemos, la consideramos un bien básico y la promovemos. Lo que comienza por ser un hecho más con el que nos obsequia la naturaleza cuando es pródiga se convierte en un valor real al tomarla como un bien que hay que defender y desarrollar.

La respuesta tal vez sea correcta, pero no deja de ser bastante convencional. Porque cuando hablamos de bienes o deberes, que son el campo de los valores morales, nos referimos a las acciones humanas. Es a ellas a las que atribuimos algún valor y no a los puros hechos que descubrimos en este mundo. La pregunta, en consecuencia, exigía una respuesta menos estereotipada, menos simplista y acorde con una concepción de la moral que nos posibilite distinguir lo que son los hechos puros de lo que los humanos construimos y que, en artistas de nosotros mismos, llamamos ética o moral.

Es verdad que la salud es un fenómeno que nos regala la naturaleza. Si uno nace sano la posee sin mérito alguno. Y si uno crece igualmente sano, la salud del cuerpo, y esperemos que la del alma, se mantiene también. El bien y el mal, por el contrario, entran en escena de la mano de los humanos. Y en este punto no puedo por menos que recordar el célebre pasaje del filósofo Hume en el que escribía que si uno observa la entrada de un puñal en el cuerpo de otra persona, por más vueltas que le dé no encontrará mal alguno. Sólo verá acciones, muy similares por cierto, a la de una cirugía salvadora y que cualquier persona normal colocará en la casilla de las buenas acciones. ¿En dónde está, por lo tanto, el mal en cuestión? En la intención humana, sin duda. Si mi objetivo es dañar y matar, clavar el cuchillo se convierte en una mala acción, muy distinta a la de quien de esa manera busca extirpar alguno de los múltiples factores patógenos que pueden afectar a nuestros cuerpos.

Volvamos a la salud. La salud, como la vida, son los supuestos que nos posibilitan ser lo que deseemos ser. Si no vivo, no podré hacer ningún proyecto de vida. De ahí que, quien me la quite, elimina todo lo que es una determinada singularidad con su irreducible valor. La salud, por su parte, me posibilita lograr aquellos bienes que hacen de cada uno de nosotros lo que somos. Y es aquí donde entra en juego el valor. Mi acción de mantener o aumentar mi salud o la ajena es buena porque, de esta manera, estoy favoreciendo un modo de existir, otras posibles acciones, un aumento de riqueza vital entre los seres humanos. La bondad está, desde luego, en la acción que defiende la salud o la promociona, pero de esa forma, y por una analogía muy típica en nuestro hablar, afirmamos que la salud es buena. Podemos decir, en consecuencia, que cuando hablamos de la salud del cuerpo no pensamos que éste, en sí mismo, sea bueno o malo sino que las acciones que la sustentan son buenas, y las contrarias, malas.

http://www.jano.es/jano/ocio/cultura/rueda/escritores/javier/sadaba/salud/_f-303+iditem-2833+idtabla-4+tipo-13
Ésta habría sido la respuesta correcta. Alguno opinará que se trata de un mero juego de palabras o que el sentido común descubre enseguida lo que queremos decir y que no hay que rizar tanto el rizo. No creo que sea así. Y eso por varios motivos. En primer lugar, porque en cuestiones que importan es pertinente aclarar las ideas. Pero, en segundo lugar y sobre todo, porque algunos reducen tanto la salud a ser un hecho más entre los otros que no le confieren categoría de derecho. No existiría para ellos derecho a la salud y a su correlato práctico, que es la asistencia sanitaria. Otros, por el contrario, pensamos que la salud, con su indudable base fáctica, es un derecho fundamental y que, por consiguiente, todos tenemos derecho a tal asistencia sanitaria sin que caiga ésta, como fruto maduro, exclusivamente en manos privadas.

No llegaré a afirmar que nacemos siendo gemelos de la salud. Porque no siempre es así y porque hay que cuidarla. Pero sí se puede afirmar que la salud, como nuestro propio cuerpo, está ahí para ponerlo en marcha. Que es tanto como decir que está ahí para que se convierta en un valor. El amor y el dinero, como canta la canción, son las columnas de la felicidad. Sólo que esas columnas se vienen abajo si falla el suelo de la salud.


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