Los trasplantes y las formas de morir

Rafael Matesanz

05 Septiembre 2008

Hace unos años comenzó a emerger una modalidad de trasplante distinta: los DCD controlados. Personas con procesos cerebrales irreversibles, mantenidas con ventilación asistida pero que no están en muerte encefálica. Esta modalidad, excluida específicamente en España, representa un tercio de las donaciones en Holanda y alrededor de un 10% en EE.UU.

Los trasplantes de cadáver son posibles porque existe la ventilación mecánica y ésta, a su vez, permitió definir la llamada “muerte encefálica”: una situación descrita hace más de medio siglo que conlleva la destrucción del SNC -donde radica la vida- y que equivale a la muerte del individuo desde el punto de vista legal, ético y científico. Los órganos permanecen oxigenados gracias al respirador, por una parte, y a que el corazón sigue latiendo durante unas horas. Éstos son los donantes típicos, que hacen posible todo tipo de trasplantes y que, como es lógico, van íntimamente ligados a las unidades de cuidados intensivos. No representan más allá del 2-3% de los fallecidos en un hospital y de ahí la eterna desproporción oferta/demanda en estas terapéuticas.

Pero hay otro grupo minoritario: las donaciones a corazón parado o, de forma más descriptiva, “en muerte cardíaca” (DCD en siglas inglesas: donation alter cardiac death). Son aquellos pacientes que sufren una parada cardíaca del origen que sea, no recuperada tras las maniobras habituales, lo que conlleva una falta de oxígeno en el SNC y su consiguiente daño irreversible. A fin de cuentas ésta ha sido y sigue siendo la forma habitual de morir desde el inicio de los tiempos. Sólo si en ese momento se llevan a cabo unas maniobras muy rápidas de canulación y perfusión de determinados órganos se puede proceder a la donación y su posterior trasplante.

Estos DCD, conocidos como “no controlados” porque no se sabe cuándo se van a producir, requieren una organización muy ágil y eficiente y representan algo más del 5% de nuestros donantes, aunque en Barcelona, y sobre todo en Madrid, este porcentaje es sensiblemente superior. El proceso liderado por la ONT, que permitió su regulación en 1999, fue modélico por el amplio consenso alcanzado entre todos los implicados, a lo largo de los cinco años previos a la promulgación del real decreto actualmente en vigor. Las cosas se hicieron bien y también en esto hemos sido modelo a seguir para otros países. Francia ha iniciado hace poco programas similares siguiendo el ejemplo español, aunque por ahora no con mucho éxito.

Sin embargo, hace unos años comenzó a emerger con fuerza en la comunidad trasplantadora mundial una modalidad distinta. Son los DCD controlados o tipo 3 de Maastricht: se trata de personas con procesos cerebrales irreversibles, mantenidas con ventilación asistida pero que no están en muerte encefálica. En esta situación, previa información de la situación a la familia y acuerdo de ésta, se retira la ventilación hasta que se produce la parada cardíaca, la muerte del individuo y la donación de órganos. Algo que podría calificarse de limitación de esfuerzo terapéutico, pero que evidentemente adelanta el momento de la muerte.

Esta modalidad, excluida específicamente en España en la Conferencia de Consenso que en 1995 abrió la puerta a los otros DCD, no se realiza en ningún país del sur de Europa ni de Iberoamérica. Sin embargo, representa un tercio de las donaciones en Holanda y alrededor de un 10% en EE.UU., donde constituye su mayor vía de crecimiento, con una evolución paralela en países como el Reino Unido y Australia. Alemania simplemente prohibió todos en su legislación.

¿Por qué esta diferencia de actitud? Recientemente he tenido la ocasión de discutir este tema con australianos y estadounidenses y necesariamente hay que concluir que no se trata en absoluto de un problema de trasplantes sino de algo de mucho más calado: la forma de morir. Cómo distintas sociedades afrontan de distinta forma el momento de la muerte y cómo cosas que son tabú entre nosotros forman parte de costumbres arraigadas en otros países donde la retirada de la ventilación es algo perfectamente admitido desde hace mucho tiempo con independencia de que haya o no donación de órganos. Es posible que estas diferencias tengan un origen religioso, pero lo cierto es que las comunidades católicas en estos países lo admiten sin problemas.

Está claro que las palabras las carga el diablo y no es lo mismo hablar de limitación de esfuerzo terapéutico que de eutanasia pasiva, aunque la frontera a veces sea tenue. Lo último que necesita el sistema español de trasplantes es mezclarse en este tipo de discusiones que, sin duda, se van a dar entre nosotros (ya se están dando) en los próximos años. Sólo cuando nuestra sociedad esté madura en estos aspectos será cuestión de valorar si se mete por medio el tema de la donación. Nunca antes, por un mero sentido de la prudencia.

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