La obra del escritor ruso es la mejor descripción posible que se ha realizado en literatura sobre el proceso que afronta un enfermo terminal. Tolstoi describe de forma precisa el proceso de un funcionario de la alta burguesía rusa, Ivan Ilich, desde los primeros síntomas hasta su muerte. «Tolstoi presenta un cuadro minucioso y universal del proceso de enfermedad y muerte, abarcando desde la vivencia subjetiva -y los planteamientos existencialesdel paciente a la dinámica social y familiar que la enfermedad desata a su alrededor. Esta narrativa está siempre presente, de una manera u otra, en cada paciente y en su historia personal, sólo que con frecuencia los médicos corremos el riesgo de que nos la eclipse una práctica diaria que es cada vez más más tecnificada y más vertiginosa».
Así ha interiorizado el libro Pablo Rodríguez del Pozo, profesor de Ética Médica del Weill Cornell Medical College (Qatar), que ha diseñado un curso de aprendizaje de la Bioética apoyándose en la obra del escritor ruso. El objetivo es mirar la historia del paciente-protagonista como la mezcla de dos dimensiones inseparables en la realidad: la historia clínica y la historia personal y la narrativa. Para ello ha construido un caso clínico, que no es otro que el de Ivan Ilich, siguiendo los hechos médicos narrados por Tolstoi en su novela. Los alumnos reciben a lo largo de tres sesiones fragmentos de información a partir de los cuales tienen que elaborar hipótesis y estudiar bastante para desentrañar el diagnóstico y pronóstico clínicos. En otras palabras, «los alumnos se ven forzados a pensar en Ivan como si fuera su paciente».
Antes de estas sesiones los alumnos ya han leído la novela y vuelven a ella para situar en cada momento de la narrativa los hechos médicos recogidos en el caso clínico. «Creo que al final se consigue muy bien la integración buscada. Los alumnos terminan el ejercicio con la clara noción de que la separación entre historia personal e historia clínica sólo existe en nuestras mentes, que en la realidad son una unidad, como el paciente mismo».
Este método es necesario porque la simple lectura de la novela no sirve «para la enseñanza a todos los niveles, ya que requiere -para ser entendida en toda su dimensión- una experiencia clínica que no tienen, por ejemplo, los alumnos que cursan los primeros años de Medicina. De ahí la necesidad de complementar la novela con un ejercicio clínico inspirado en los hechos médicos -de inmenso realismo y coherencia- descritos en la novela».
«Objetivos diferentes»
Lo que más le sorprendió al bioético del libro «fue ver cómo médicos y pacientes pueden llegar a tener objetivos completamente diferentes. En la novela los médicos sólo parecen interesarse por el diagnóstico, por resolver este caso tan interesante. El paciente, en cambio, sólo se interesa por el pronóstico, por si se va a recuperar, si va a morir o si va a sufrir». En este sentido, y preguntado sobre si a los médicos les falta empatía, Rodríguez del Pozo considera que lo que no suelen tener más que nada «es tiempo e incentivos para desplegar empatía con sus pacientes. Pero la empatía también se enseña y se aprende, y se fomenta mediante la reflexión y las buenas lecturas». ¿Se ha perdido el componente personal en la relación médico-paciente? El profesor de Ética Médica considera es muy frágil hoy en día.
«Ya Laín Entralgo señalaba que la medicina actual, basada en el paradigma científico positivista y fuertemente apoyado en el uso intensivo de la tecnología, corría el riesgo de transformar la relación médico-enfermo en un vínculo meramente objetivante-operativo, perdiendo de vista la dimensión personal, básicamente intersubjetiva de dicha relación». Por eso, aconseja la lectura de esta obra, que «está tan lograda, que sería difícil para el lector -sea o no médico- no ponerse en la piel del paciente».
«La mentira, esa mentira adoptada por todos, de que sólo estaba enfermo, pero que no se moría, que bastaba que estuviese tranquilo y se cuidase para que todo se arreglara, constituía el tormento principal de Ivan Ilich. Le constaba que, por más cosas que hicieran, no se obtendría nada, excepto unos sufrimientos aún mayores y la muerte. Lo atormentaba que nadie quisiera reconocer lo que sabían todos e incluso él mismo, que quisieran seguir mintiendo respecto a su terrible situación y lo obligaron a tomar parte en aquella mentira. La mentira, esa mentira que se decía la víspera misma de su muerte, rebajando ese acto solemne y terrible hasta igualarlo con las visitas, las cortinas y el esturión para la comida…, hacía sufrir terriblemente a Ivan Ilich. Y, cosa rara, muchas veces, cuando veía que trataban de seguir engañándole, estaba a punto de gritar: ¡Cesad de mentir! Vosotros sabéis, lo mismo que yo, que me muero. ¡Al menos, cesad de mentir! Pero nunca había tenido el valor de hacerlo».
Este es un ejemplo de la profundidad psicológica de una novela, que, a pesar de su brevedad, muestra claramente los estados mentales que experimenta un enfermo que se enfrenta a su muerte. El escritor ruso narra la toma de conciencia del personaje sobre la vacuidad de su vida pasada, en lo que supone todo un resurgimiento espiritual. La narración plasma perfectamente el sufrimiento del hombre, la soledad que rodea al enfermo en sus últimos momentos y el olvido de sus familiares y amigos.