Junto a la ciencia y la técnica está también el arte de curar, que implica una relación de compromiso personal», según ha explicado a Diario Médico María Jesús Mardomingo Sanz, jefe del Servicio de Psiquiatría Infanto-Juvenil, del Hospital Gregorio Marañón, de Madrid, sobre el seminario El vínculo con el paciente como clave del arte de curar. La relación médico-paciente en pediatría, que ha impartido en Fisalud. Además debe existir reciprocidad, «el paciente ha de tener confianza y lealtad en su médico. Les une la enfermedad, y el deseo del facultativo de curar. Se establece, por tanto, un compromiso personal y ético». Todo ello es inherente al acto médico. Según explica Mardomingo, asistencia proviene del latín ad sistere, que significa detenerse junto a otro. El médico debe observar los síntomas, «escuchar el relato del paciente, contemplar su realidad, y analizar para llegar al diagnóstico y ser empático. «Todo esto requiere tiempo y reposo». En el caso de la pediatría, se trata de un reto mayor, porque la relación de confianza debe abarcar también a los padres. «Cuando el vínculo con éstos no es estrecho la actividad terapéutica es dificilísima», y la adherencia casi inexistente.
Peligros en la práctica
Para Mardomingo, los peligros que acechan a la buena medicina son la excesiva tecnificación, que se aleja de la realidad del paciente, además del concepto de la medicina como un negocio sujeto a intereses personales. Se tiende a una concepción mágica de la medicina «con nuevos brujos y chamanes. En la sociedad actual se busca la eficacia aparente y rápida. Cuando el paciente pierde la perspectiva de la relación con el paciente -lo que Laín Entralgo llamaba la amistad médica-, acude al facultativo para que le resuelva de forma inmediata el problema. El paciente le convierte en un ser mágico que tiene que procurar la solución para todo y con gran eficacia».