La información médica y la jerga babélica profesional

Dr. Manuel Bravo Mata

24 Octubre 2008

El lenguaje médico es el argot más importante en todos los idiomas

Dr. Manuel Bravo Mata Departamento de Pediatría del Hospital Clínico Universitario de Santiago de Compostela (La Coruña).

Los informes médicos (IM) son documentos oficiales regulados por la ley (BOE nº 221, 14 septiembre 1984; 26685-86) que contienen el Conjunto Mínimo Básico de Datos. En ellos se exige con carácter obligatorio un registro formal de todo el proceso de asistencia en los establecimientos sanitarios públicos y privados. Su finalidad es proporcionar información al paciente y a su médico de atención primaria. También son útiles para realizar estudios clínicos, epidemiológicos y farmacológicos, sirven como material docente o herramienta de la gestión y tienen valor de prueba médico-legal.

La importancia de los IM ha motivado investigaciones retrospectivas en muestras aleatorias que analizan la calidad de estos documentos en los ingresos y urgencias hospitalarias y en la atención especializada. Los resultados indican que el grado de cumplimiento es superior a un estándar mínimo del 80% salvo en los apartados del plan de seguimiento ambulatorio, en los que baja al 50%.

En cuanto al índice de legibilidad por su procedencia, es del 95% en las hospitalizaciones e interconsultas, y tan sólo de un 30% en los manuscritos de los servicios de urgencias, en donde el agobio por la masificación, la prisa, la burocracia, el autodidactismo, el esnobismo o la imitación de falsos códigos dan lugar a un texto indescifrable. Sobre todo, por la anarquía y abundancia de comodines personales, abreviaturas desconocidas, siglas inventadas o símbolos equívocos, con firmas garabateadas, que convierten los informes en una “sopa de letras con garbanzos”. Mala cocina. Dirán algunos que desde siempre se descifraron las recetas con “letra de médico” en las farmacias. Ya, pero eso ocurre por astenia o por dejadez.

Pieza clave, el lenguaje médico es el argot más importante en todos los idiomas. Los orígenes de la cultura médica se remontan a la etapa hipocrática (siglo V AC) y a la fundación de la primera biblioteca científica del mundo antiguo. Tras su romanización, la ars medica alcanzó su apoteosis con Galeno y posteriormente su vocabulario siguió una evolución paralela a la del lenguaje común.

Con estas señas de identidad, los médicos han sido escritores de oficio influidos por la visión antropológica y humanista de la patología. Conocedores de las enfermedades y del valor de las palabras, convirtieron las historias clínicas en auténticos ensayos. Pero en la era de la medicina como ciencia de ciencias, con el abandono gradual de la clínica, aquellas habilidades se han perdido. Los IM elaborados sobre el “caso” son técnicos y farmacéuticos: hoy el personaje del enfermo no existe.

¿Hacia dónde vamos? El empobrecimiento y deterioro del idioma español se produce por ignorancia lingüística, como consecuencia del abandono de las humanidades y por la enorme influencia de unos medios audiovisuales mediocres que han contaminado la cháchara con la invasión de extranjerismos, el abuso de barbarismos y el cyberspanglish.

El impacto en los IM es alarmante. Por si fuera poco, en el gigantismo hospitalario la jerga sanitaria ciertamente es babélica, porque cada uno utiliza su propia parafernalia en los estudios multidisciplinares e informes médico-quirúrgicos. Es el fenómeno Sganarelle. El de El médico a palos de Molière, quien para impresionar de eminente consultor se ampara en una retórica esotérica llena de tricolos tetrásforos que causan confusión y psicoiatrogenia.

La buena práctica médica tiene que respetar el derecho del paciente a conocer y comprender su enfermedad. Hay dos caminos: la información en el habla coloquial, con palabras de aliento y esperanza, y la documentación escrita, que requiere emplear la terminología profesional adaptándola a una fórmula llana y comprensible.

El lenguaje médico es nuestro instrumento común. Es necesaria una auditoría periódica que supervise los IM. De todas formas, se sugiere que en el Manual del Residente –biblia vulgata– figuren las reglas de uso correcto del léxico, redactar con sencillez, orden, claridad, concisión y precisión, cuidando la sintaxis y la ortografía. Como el español académico está actualizado, evitemos neologismos innecesarios, los epónimos y acrónimos no aceptados. Y para los casos de dudas se puede consultar el Manual de Estilo de Medicina Clínica (Mosby-Doyma 1993).

La buena práctica médica tiene que respetar el derecho del paciente a conocer y comprender su enfermedad. Hay dos caminos: la información en el habla coloquial, con palabras de aliento y esperanza, y la documentación escrita, que requiere emplear la terminología profesional adaptándola a una fórmula llana y comprensible.

«En el gigantismo hospitalario, la jerga sanitaria ciertamente es babélica, porque cada uno utiliza su propia parafernalia en los estudios multidisciplinares e informes médicoquirúrgicos”

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