La gratificante labor de los médicos del alma

Por Juan M. Castelblanque
Vida Nueva
Sábado, 31 de mayo 2008

Con motivo del debate suscitado desde diversos medios de comunicación por la presencia del Servicio de Asistencia Religiosa dentro de los comités de bioética de los hospitales públicos de la Comunidad de Madrid, Vida Nueva ha querido acercarse a conocer de primera mano cuál es la auténtica realidad de los capellanes hospitalarios. Para el sacerdote Víctor Hernández, miembro del comité de bioética del hospital madrileño Gregorio Marañón, ésta es un polémica “que surge interesadamente y fuera de contexto”.

Hernández defiende que “los comités de bioética no deciden ningún tratamiento, sino que son un órgano consultivo donde se aprueba un dictamen orientativo, y, lógicamente, dejar fuera la dimensión espiritual del enfermo sería un error”. El capellán del Gregorio Marañón resalta que no se trata de cubrir puestos, sino de aportar y garantizar la espiritualidad de las personas: “En muchos hospitales no hay sacerdotes en el comité de bioética por no tener la formación adecuada. Además, en ellos no se trata de sumar votos, sino de unir sensibilidades hasta llegar a un acuerdo común”, señala Víctor Hernández.

Lo cierto es que la polémica oculta la trascendente labor que realizan los capellanes hospitalarios, convirtiéndose en auténticos médicos del alma, y que Vida Nueva quiere poner de relieve. Un día para Víctor Hernández comienza “a las 8 de la mañana dando la comunión a los enfermos que la han solicitado. Después realizo la ronda, visito a los pacientes y a los controles de enfermería deseando los buenos días. A las 11 tiene lugar la eucaristía, a la que acuden principalmente familiares de enfermos y personal del hospital. Luego sigo la ronda acercándome a aquellos pacientes que requieren mis servicios”.

La labor de estos médicos de lo espiritual precisa mucho tacto. La primera visita al enfermo es amistosa y de apertura. “El acercamiento es fácil. Entras en la habitación y saludas, ‘Hola, soy el capellán, estoy por aquí de visita’, poniéndote a su disposición”, indica Hernández. Estos encuentros buscan conectar con la espiritualidad propia del enfermo. Es una labor que requiere una presencia continuada para hacerse cargo de su situación espiritual, que, de hecho, es compleja y cambia con el proceso de la enfermedad.

“Tras la aproximación inicial, me intereso por su estado, converso con él para saber cómo se siente. Si surge la ocasión de hablar sobre sus necesidades espirituales, ahondo en ellas, y si solicita algún sacramento, se lo procuro”, explica el capellán del Gregorio Marañón. Claro indicador de que la atención espiritual al enfermo ha de ser continua es que la mayoría de los capellanes llevan un busca para estar disponibles en todo momento.

En su trabajo es necesaria la interacción con el resto del personal sanitario. El enfermero o el médico les pueden facilitar la relación con el paciente. “Pueden guiarte, indicarte qué persona tiene inquietudes espirituales o se encuentra sola. Es importante tener la confianza del personal sanitario, porque si no pasan de ti, aunque éstos son los menos”, señala Julio Millán, capellán del Hospital Neurotraumatológico de Jaén. Sobre esta idea incide su homólogo del Gregorio Marañón: “La ayuda de médicos o enfermeras, así como del servicio de voluntariado, es fundamental para saber qué pacientes te necesitan. La atención al enfermo debe ser integral, cubriendo tanto los aspectos fisiológicos como los psicológicos, sociales y espirituales, aunque a veces las prisas por salvar la vida dejan poco margen a estos últimos”.

Saberse perdonado

El trabajo desarrollado por los capellanes es vital, ya que las cuestiones espirituales poseen gran importancia para quien sufre una enfermedad, más si es terminal. Esto ocurre porque la dolencia no sólo afecta al cuerpo, sino a la totalidad de la persona. “Cuando uno se enfrenta al final de su vida y lo hace desde la fe, cristiana u otra, las necesidades espirituales son mayores. El enfermo precisa sentirse perdonado, que su vida ha tenido sentido y que trasciende más allá de lo que es la parte física”, subraya Víctor Hernández, quien a las familias en duelo siempre les dice que “la muerte no tiene la última palabra, sino que la tiene el amor, y que lo que prima no es la separación, porque la muerte no nos puede separar de nuestro ser querido, no nos puede hacer perder el amor que se ha compartido, sino que ese amor tiene que trascender, y en eso es en lo que somos iguales a Dios”.

A pesar de llevar una existencia tan apegada al sufrimiento, los capellanes hospitalarios no consideran su misión psicológicamente dura, sino gratificante. Para Mariano Fernández, capellán del Hospital Severo Ochoa de Leganés (Madrid), “en esta cultura que maquilla el sufrimiento y se fija más en la imagen y la felicidad aparente, es normal que se califique de dura nuestra labor. No voy a negar que hay momentos complicados, pero el amor preferencial por los enfermos es algo muy gratificante. Es en el dolor donde comprobamos nuestra condición humana. La enfermedad nos iguala y nos hace más humildes”. La misma idea comparte Julio Millán, aunque reconoce que sufre con los que sufren: “El otro día murió una joven de 20 años por un infarto cerebral y claro que lloras con el padre y la madre”. Al hablar de este tema, Víctor Hernández incide: “La cuestión es ayudar al paciente a morir en paz y con dignidad. Cuando uno se siente amado por Dios, incluso en la muerte, descubre también lo que es el valor de una vida plena”.

En la actualidad, los capellanes hospitalarios españoles se enfrentan a una nueva realidad: el creciente número de pacientes, en su mayoría inmigrantes, que profesan otras religiones. A ellos también ofrecen su apoyo y comprensión. “Visitamos enfermos de otras confesiones y a gente que no tiene fe pero que te reciben para charlar.

Siempre te agradecen la compañía, aunque también es cierto que hay pacientes que rehúyen a los curas, pero son los menos”, indica Hernández. Claro ejemplo de esta realidad son los nuevos hospitales de la Comunidad de Madrid, que cuentan con una sala de culto multiconfesional.

Algo más que un buen sacerdote

Convertirse en bastón espiritual de los enfermos no es tarea fácil. Contra lo que pudiera parecer, ser un buen sacerdote no implica ser un buen capellán. Una idea que defiende Mariano Fernández, del Severo Ochoa de Leganés, quien es consciente de que para atender espiritualmente a los enfermos, “además de tener una aquilatada preparación filosófica y teológica, son necesarios conocimientos psicológicos y bioéticos; y poseer una formación adecuada sobre todas las facetas de la atención pastoral en el hospital”. Para Víctor Hernández, del Gregorio Marañón, lo primordial es “tener una gran sensibilidad hacia el mundo de la salud, muchas veces llegada por experiencias personales. Yo perdí a mi madre y hermano tras largas enfermedades. San Agustín preguntaba ‘¿Qué sabe aquel que no ha sufrido?’. Una vez que tienes esa sensibilidad sí que te tienes que formar”. Por su parte, Julio Millán, del Hospital Neurotraumatológico de Jaén, defiende la importancia de su trabajo, pero denuncia que en muchas ocasiones “las capellanías se convierten en el cajón de sastre de los obispos”.

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