La ciencia y la bioética en el debate embrionario

Es habitual que ciertas personas, para sostener sus posturas y cerrar el debate, acudan al argumento de autoridad. En la actualidad éste suele consistir en afirmar de forma totalmente gratuita, que la ciencia o la ética están de su parte. Pero realmente las cosas son más complejas. Así, en el caso del niño Javier Mariscal, nacido para salvar a su hermano, tras diagnóstico preimplantatorio, hemos leído ciertas afirmaciones que, sinceramente, me parecen traslucir ese afán por eludir el debate, apelando a que la postura que se defiende es también la misma que sostiene la embriología y la bioética.
Durante este año 2008 he dirigido dos tesis doctorales, una sobre el término preembrión y su valor científico, y otra sobre los argumentos que se manejan para justificar o no el diagnóstico preimplantatorio. Esto me ha permitido disponer de una información amplia de estas cuestiones, observando en ellas una pluralidad de opiniones dentro de la comunidad científica y de la bioética. Es esto lo que me impulsa a escribir estas líneas, pues, como digo, para algunos parece no existir más que una opinión o hasta dicen que no es ético discutir sobre estos temas.
En primer lugar me gustaría informar al lector de que la palabra preembrión es un término que está en total retroceso dentro de la actual biología del desarrollo, y el concepto que quiere significar no concuerda con muchos datos de una embriología que hoy no sólo es anatómica sino celular y molecular. Es cierto que hay interpretaciones biológicas que desposeen al embrión preimplantatorio de su individualidad biológica, pero no es menos cierto que los datos científicos actuales apuntan a considerar que desde el momento en que se constituye el fenotipo cigoto estamos ante un nuevo ser o sistema biológico, organizado e integrado, que no es la simple suma de las dos células germinales. Estas, tras la fusión, pierden su individualidad, vida y destino. Así pues, se ha constituido una nueva realidad biológica, que empieza a operar de forma unitaria, que en vez de dirigirse a la muerte tiene vida propia, y que en este caso, por proceder de gametos humanos, es un nuevo ser humano. El embrión para la biología actual no es una simple yuxtaposición de células, o un conglomerado celular. Como todo ser vivo, posee una unidad intrínseca en donde las partes están en función del todo en orden a vivir y con la posibilidad de transmitir vida. La heterogeneidad de las partes hace del embrión desde su inicio un pequeño organismo con la cualidad de moverse a sí mismo. Con el paso del tiempo, y siempre en diálogo molecular y celular entre las partes, y con el medio en que se desarrolla (inicialmente la madre), van actualizándose las potencialidades de cada etapa; en el momento de su constitución, las propias del cigoto, más tarde de embrión de una o dos semanas (embrión preimplantado), luego feto, después recién nacido, y por último, joven, adulto o anciano. En síntesis, también desde la ciencia se puede defender que durante el diagnóstico preimplantatorio se descartan o sacrifican unos seres humanos para salvar a otros. Es más, en el caso que nos ocupa, se han eliminado seres humanos tan sanos como el que ha nacido y que por no presentar determinadas cualidades genéticas han sido considerados chatarra biológica.
En segundo lugar, y conectando con la última afirmación, hay numerosos científicos y bioéticos que se plantean que el diagnóstico preimplantatorio, especialmente el ligado a la selección de un embrión por sus características, -bebé medicamento o salvador- tiene carácter eugenésico. Es cierto que otros sólo perciben los efectos beneficiosos del nacimiento de estos niños para sus hermanos y que minimizan los aspectos relacionados al modo como ha sido concebido y traído al mundo. Pero no es menos cierto, como argumenta, por ejemplo Testart, que estamos en el umbral de una nueva eugenesia. No sólo negativa, en la que se elimina al defectuoso, sino positiva, donde el hombre se arroga el derecho a seleccionar y discriminar, a decidir quién vive según que su carga genética satisfaga sus intereses. En esto muchos científicos ven un serio peligro de que el diagnóstico preimplantatorio sea utilizado como método de selección dentro del «derecho al hijo sano» y se amplíe a diversas características del hijo según las buenas intenciones de los padres. Cierto es que estas intenciones no convierten al ser humano seleccionado en una cosa, pero estas nunca pueden ser los motivos primarios de su concepción, so pena de instrumentalizarlo al privarle de un derecho básico del hombre: el respeto a su propia identidad genética. En conclusión hay científicos y bioéticos creyentes y no creyentes que se toman con responsabilidad sus disciplinas y que consideran como Habermas -por cierto no creyente- que «esta especie de controles de calidad deliberados pone en juego un nuevo aspecto del asunto: la instrumentalización de la vida humana engendrada con reservas por preferencias y orientaciones de terceros», algo que hemos empezado a hacer, que no sabemos a dónde nos puede llevar y que por supuesto hemos de seguir debatiendo desde la racionalidad y sin acudir a las primeras de cambio al argumento de autoridad.

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