Por Dr. Ramón Couto Turnes
lunes 23 de febrero de 2009 1:52 COT
En 1971, Rensse Laer Potter, en un libro titulado Bioethics: bridge to the future, definió la bioética como “la disciplina que conjuga el conocimiento de los valores humanos con el conocimiento biológico”. Y en 1972 en la Universidad de Georgetown, en Washington, D. C., se crea el Instituto Kennedy de Bioética, dando por primera vez oficialidad a este término desde una institución académica y cuya finalidad era potenciar el debate y el diálogo interdisciplinar entre medicina, filosofía, ética y valores trascendentales. Esto supuso un cambio muy importante en el concepto de la ética médica tradicional.
Se ha afianzado en la sociedad como una disciplina que busca estudiar el comportamiento humano en el área de las ciencias de la salud, tanto en el campo de investigación como y sobre todo en el clínico, y hoy ya abarca no sólo aquellos aspectos más tradicionales y conservadores de la ética médica, sino también la ambiental y los derechos de las generaciones futuras en todo su amplio contenido, como el cuidado y la preservación del planeta y su riqueza, la biodiversidad, el desarrollo sostenible, la multiculturalidad, etc.
Es cierto que todavía centramos la bioética en el campo de la medicina y parece que ahí seguirá por bastante tiempo, porque esa fue la causa de su nacimiento, y tal vez el factor determinante de dicho nacimiento haya sido la multitud de paradojas que han aparecido asociadas al avance de la medicina en todos sus aspectos.
Si bien el Código de Nuremberg en 1948 trató por primera vez el tema de la experimentación con seres humanos, fue, llegada la era de los trasplantes de órganos, cuando surgió un nuevo problema por la necesidad de definir lo que en adelante debemos entender por “muerte clínica”, evitando así situaciones que pudieran dejar dudas sobre el estado del donante.
En 1968 la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard cambia el concepto actual e introduce en la comunidad científica el criterio de “muerte cerebral”. Esto, que parecía haber solucionado el problema, abre paso a muchos otros planteamientos actualmente en debate, entre los que debemos destacar, por su actualidad, la eutanasia activa o el derecho a decidir sobre la propia vida. Y ante esto el colectivo médico observa con criterios diversos como la tradicional herencia hipocrática y su juramento, se enfrenta en algunos casos a los recién incorporados derechos del paciente, entre otros, el de disponer de toda la información sobre su salud o decidir sobre el tratamiento.
En 1975 Karen Ann Quinlan queda en estado vegetativo persistente y los padres exigen que no se la mantenga con vida de modo artificial y por tanto se le desconecte el respirador artificial y pueda así morir en paz. La Corte Suprema de Nueva Jersey autoriza esta petición con base en “el derecho a una muerte digna”. Y aquí se plantean dos problemas: ¿Es ético mantener artificialmente una vida en estado vegetativo?¿Qué hemos de entender por muerte digna?
A partir de esta sentencia y tal como el propio tribunal recomendaba, han ido surgiendo en todos los hospitales un “comité de bioética” capaz de enfrentarse a estos problemas y que debe ser tenido en cuenta a la hora de tomar decisiones importantes sobre la enfermedad o la vida de los pacientes.
Si bien al principio los grandes especialistas mundiales en bioética eran en su mayoría teólogos o religiosos (no en vano ha sido la Iglesia quien primero introdujo estos estudios en las aulas de sus universidades), pronto aparecieron otras corrientes que dejaron al margen la religión e implantaron una bioética laica para que pudiera ser operativa en un mundo plural. Esto, que en origen parecía positivo, dio lugar a que surgieran los intereses y la lucha para dominar los comités por parte de las diversas corrientes ideológicas, de forma que sobre un mismo caso el comité de un hospital tiene un criterio y en otro hospital completamente el opuesto.
Pienso que la bioética no debe tratar únicamente las cuestiones morales en el campo de la biomedicina, sino que ha de ir mucho más allá e incluir entre sus objetivos tanto las cuestiones ontológicas como las epistemológicas. Y en el primer caso cabe plantearse lo que podemos denominar como “estatus humano”, en donde se definirían y asentarían sus derechos desde la fecundación hasta su extinción natural y todas las etapas por las que puede pasar, como el estado vegetativo, las enfermedades terminales… Quizá fuera preciso que a nivel internacional, tal como se ha hecho con los derechos humanos, se definiera lo que se entiende por “muerte digna». Y creo que nadie debe poner en duda que aquí, como en muchos otros temas, la Religión y sus distintas jurisdicciones eclesiásticas, que puede ser altamente enriquecedora.
Y en el segundo deben tratarse, entre otros, todos aquellos problemas que relacionan al hombre con el medioambiente, la ecología y la supervivencia del planeta.
La bioética desarrollada en el ámbito de una sociedad pluralista no ha de ser ajena a las grandes corrientes de pensamiento, tanto de carácter religioso como ideológico. Ha de ser una bioética civil, aglutinadora, que sea o pueda ser compartida por todos y desenvolverse en un terreno filosóficamente neutral, mas allá de un ordenamiento jurídico y al mismo tiempo que no sea prisionera de unas convicciones exclusivamente religiosas.
El debate sobre el tema no ha hecho más que empezar, porque en el fondo todavía no hemos podido ni sabido separar la bioética de nuestra herencia cultural, de forma que muchos conflictos solo lo son en nuestra mente, por nuestra forma de ver las cosas. Y aquellos valores que consideramos fundamentales, lo son igualmente por nuestra manera de concebir la existencia. El cristianismo del siglo XXI, con su visión profética y trascendental, tiene un papel muy importante de cara a transmitir a la sociedad valores que la dignifiquen y humanicen sobre todo en el ámbito de los mas desprotegidos. Ha de aportar una visión, que lejos de imponerse, ha de resultar atractiva o motivante en aras a crear criterios humanizantes que evolucionen hacia una sociedad rica en valores fundamentales y que puedan ser integradores de todas las corrientes de pensamiento.
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