-Cada vez hemos tenido más población de fuera en los servicios de urgencias. Al principio provenían del norte de África, después aumentaron los procedentes de la zona subsahariana, y en los últimos años hay más personas de Pakistán y América central y del sur. Ahora se empiezan a ver también a más personas de los países del Este de Europa.
¿La adaptación le ha significado un reto?
-Es una adaptación paulatina que va en función de las personas que van llegando. Todo el mundo piensa que el principal problema son las barreras del idioma, pero yo creo que las barreras culturales son mucho más difíciles de superar, tanto por parte de los profesionales como de los propios pacientes extranjeros.
¿Cómo se ha resuelto el problema del lenguaje?
-Con la gente que viene de Latinoamérica no hay tanto problema; con los que provienen del Magreb solemos comunicarnos en francés, y con las personas que vienen de Asia lo más común es que nos entendamos en inglés. Con los que no saben ninguno de estos idiomas es más complicado, pero igualmente creo que el verdadero problema es cultural.
¿Cómo afrontan estas diferencias los médicos?
-Los mediadores culturales son una figura clave en los servicios de urgencias porque nos facilitan el contacto tanto con el paciente como con la familia. Nos introducen a nosotros en sus costumbres a la vez que les ayudan a ellos a introducirse en el sistema y a entenderlo.
¿Qué aspectos le han impactado más de otras culturas en su relación con la salud?
-Recuerdo que hace años vino una pareja porque la mujer estaba enferma. El marido no me permitía hablar con la mujer y me impedía explorarla. Aquella pareja se fue sin que yo hubiera podido atender a la enferma. El marido decía que no y que no, y prefirió irse y llevársela con él. Yo no podía entender cómo estando tan mal se la podía llevar a su casa a pesar del riesgo de que se pusiese más grave todavía.
En un caso así, ¿quién debe adaptarse a quién?
-Creo que debe ser por las dos partes; nosotros ya nos hemos adaptado intentando hablar en los idiomas que sabemos y por señas.
A ellos les toca adaptarse necesariamente porque los sistemas son muy rígidos.
Por ejemplo, en Asia las personas están acostumbradas a ver el sistema sanitario como quien llega a una casa y, si la puerta está abierta, es que están y, si está cerrada, es que han salido.
Ellos deben entender que aquí un determinado doctor trabaja de 8 a 5, y eso les cuesta.
¿Considera que los inmigrantes acuden más a urgencias?
-Yo no lo creo. En mi opinión, lo que pasa es que no acaban de adaptarse a una normalización diferente en la que hay determinados horarios y circuitos asistenciales, pero finalmente acaban apegándose a ellos. Las dos partes hacen esfuerzos y creo que existe un equilibrio. El problema de la mala utilización de las urgencias, que es tanto por parte de los que vienen de fuera como de los nativos, yo creo que se debe a la propia naturaleza del sistema, que es abierto. El servicio de urgencias es una de las puertas más grandes que hay; y está abierta los 365 días del año y las 24 horas del día. Además, la gente lo ve como una puerta que les puede abrir el acceso a otros muchos sitios.
¿Qué ha aprendido de otras culturas?
-Una de las cosas que más me llaman la atención son los circuitos que establecen las comunidades de un determinado país y la forma en la que se organizan. Se agrupan y siempre hay alguna persona que hace de líder o de portavoz y que consigue solucionar los problemas.
En el ámbito clínico, ¿existen diferencias importantes entre culturas?
-Lo que les pasa a las personas es casi lo mismo, independientemente de su origen. La emergencia o urgencia vital es igual; en ese punto es en el que todos los seres humanos somos iguales y reaccionamos de forma muy parecida.
¿El lenguaje no verbal es universal cuando se trata de la salud?
-Sí, el lenguaje de gestos es muy importante y llegamos a establecer un idioma sublime que está ahí.