Basándonos en el principio de la autonomía de la voluntad y en la existencia de un marco normativo que despenaliza el aborto en tres supuestos muy concretos, allá cada cual con las decisiones que tome. Lo que para muchos de nosotros supone una cuestión ética y de conciencia, para otros es una cuestión de libertad individual en la que no cuenta el interés del no nacido.
Efectos imprevisibles
Cuando se pretende hurtar a los padres la capacidad de decidir y en algunos casos de conocer sobre el embarazo y aborto de una hija entre los dieciséis y los dieciocho años, la cosa cambia radicalmente, por lo menos para una gran mayoría de padres. Con independencia de que la vigente Ley 41/2002, de Autonomía del Paciente, es taxativa en el aborto, no parece muy lógico que una decisión de estas características quede al margen de los padres, porque son, en primera instancia, los que deben ayudar a sus hijos, y el simple hecho de que una chica de dieciséis años pudiera quedarse embarazada y abortar sin que sus padres lleguen a enterarse es una carga de profundidad de consecuencias imprevisibles.
La ministra de Igualdad se equivoca cuando afirma que si una chica puede decidir a esas edades sobre su vida sexual, puede decidir cuándo interrumpir su embarazo. No es lo mismo «echar un polvo» que abortar. Ese es el error. Una cosa es la consecuencia terrible de la otra. Lo que hay que hacer es educar en una sexualidad responsable. Cada uno que eduque a sus hijos como quiera, pero tenemos que tener claro que las enfermedades de transmisión sexual, especialmente el sida, campan por sus respetos.
En su día me pareció malo el rap condonero que puso en marcha el Ministerio de Sanidad. No cabe duda que es mucho más razonable divertirse a ritmo de rap que terminar abortando sin contar con el apoyo de unos padres. Otra de las motivaciones que el grupo de expertos aduce para justificar semejante dislate es que otorgará seguridad jurídica a una situación que se repite cada vez más. Nada más lejos de la realidad.
No quiero pensar qué pasaría si una vez practicado un aborto en una chica de dieciséis años sin el consentimiento ni conocimiento de sus padres se produjera una complicación médica, la muerte de la menor o simplemente la niña en ese terrible trance descubre que no tomó la decisión adecuada o que la tomó influenciada por el entorno. Si yo fuera su padre, no dudaría ni un minuto en acudir a los tribunales. La mejor seguridad jurídica la damos los padres cuando la menor está bajo nuestra patria potestad.
En una sociedad donde todo es relativo no es conveniente introducir este tipo de elementos de distorsión. Hay que educar a los hijos en valores como el respeto, el esfuerzo, el trabajo, el sacrificio y el cariño. Y una sexualidad responsable tiene mucho de esfuerzo, respeto, trabajo, sacrificio y cariño. Y, además, de un profundo conocimiento de los métodos anticonceptivos.
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