El “imperativo bioético” de Fritz Jahr y la neobioética estadounidense

Fernando Lolas Stepke

Profesor titular de la Universidad de Chile. Director del Programa de Bioética de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).

10 Octubre 2008

El aporte de Jahr es especialmente interesante por centrar su atención en lo que denominó “el imperativo bioético”. Parafraseando a Kant, Jahr sugiere considerar a cada ser vivo como un fin en sí mismo y tratarlo como tal en la medida de lo posible.

Con la bioética ha ocurrido algo semejante a lo que pasó con el psicoanálisis. Éste nació en el ámbito germánico con la obra de Freud y sus primeros discípulos, fue desplazado a Estados Unidos con la emigración de los judíos de la Alemania nacionalsocialista y reimportado a Europa, especialmente Alemania, después de la Segunda Guerra Mundial. En ese proceso, el “movimiento” cambió su faz, se convirtió en doctrina y en disciplina, se hizo políglota y fue en parte desviado de lo que pudieron haber sido su cauce y orientación originales. Adquirió resonancia, prestigio y aceptación en los círculos académicos no sin algunas dificultades.

Desde hace poco, y gracias a publicaciones del profesor Hans Martin Sass, de Bochum y Washington, se sabe que el vocablo “Bioética” no es una creación de Van Rensselaer Potter (como afirma él mismo y repite la mayoría de los textos) sino un invento del teólogo protestante Fritz Jahr (de Halle an der Saale), quien dio tal título a un artículo de 1927, publicado en la revista Kosmos. Handweiser für Naturfreunde, volumen 24, páginas 2 a 4. Cabe preguntarse por qué, en su momento germinal, el término no tuvo una merecida resonancia, derivado –como era el caso– de una atenta y consecuente lectura de Kant.

Sabemos, y repetimos, que el término se instaló en el léxico estadounidense en los años setenta, gracias a Potter, Hellegers, Shriver, entre otros, y recibió de Daniel Callahan una suerte de estatuto disciplinario en 1973 (Hastings Center Studies 1:66-73). En su reimportación a Europa, tuvo numerosas vicisitudes y resistencias, más debidas a las asociaciones adquiridas que a la intención de la palabra, y aunque en algunos sitios no es habitual, puede decirse que ya se la ha adoptado para denominar un trabajo académico y un conjunto de procesos sociales relacionados con la ciencia y la tecnología. No debemos olvidar a los autores españoles, como Francesc Abel, Javier Gafo y Diego Gracia, que tempranamente usaron el término en diversos contextos.

Reinvención no exenta de cambios

La reinvención del vocablo no estuvo exenta de cambios, pues en el caso de Potter se trataba de una suerte de advertencia apocalíptica sobre la necesidad de una “ciencia de la supervivencia” y en el de Hellegers y los autores del Kennedy Center de una revitalización humanística de la medicina y las ciencias biológicas relacionadas con el bienestar humano. En alguna de sus facetas, la “neobioética” estadounidense es una reformulación de la famosa tesis de la fusión de las “dos culturas” (la científica y la humanista) que C.P. Snow popularizó en el mundo anglosajón. La bifronte apariencia de esta neobioética –como admonición a una solidaridad biosférica (“ética global”) o como ética médica y de investigación biomédica– ha producido distintas tradiciones de estudio y aplicación. Por ejemplo, la ecobioética, como reflexión sobre las condiciones ambientales, la tecnoética, como expresión de las preocupaciones por el desarrollo de las tecnocracias, la neuroética, relacionada con el sistema nervioso y la cognición, por no hablar de las variantes “ideológicas” como la feminista, la personalista, la católica, la laica u otras. Sorprende la monotonía de las presentaciones escolares y la persistencia de debates obsoletos sobre el principialismo estadounidense, lo que solamente se explica por una falta de análisis histórico más allá de la habitual alfabetización filosófica básica que suele asociarse al discurso bioético.

El aporte de Fritz Jahr es especialmente interesante por centrar su atención en lo que denominó “el imperativo bioético”. La expresión fue insinuada (como “exigencia bioética”) ya en el artículo de 1927 y refinada en una serie de escritos en los años siguientes. Parafraseando a Kant, Jahr sugiere considerar a cada ser vivo como un fin en sí mismo y tratarlo como tal en la medida de lo posible. La formulación no fue definitiva sino hasta algunos años después del primer artículo de 1927. Especialmente relevante es en este sentido el texto Drei Studien zum 5. Gebot (Cinco estudios sobre el quinto mandamiento), publicado en 1934, en el cual se formula de manera expresa el “imperativo bioético”. Su importancia en el campo de investigación biológica que emplea animales no puede subestimarse. Anticipándose a muchas publicaciones que pronto revelarían la necesidad de una formación ética en el trato con el animal experimental, Jahr analiza la importancia de un contacto con la reflexión, la deliberación y el análisis de intenciones y convicciones para los investigadores (Gesinnungsethik). Al complementar el utilitarismo de la ciencia experimental, la formación de las personas que investigan recibe en sus escritos un relieve singular.

“Naturalizar” la reflexión moral

El propio Jahr destaca un aspecto histórico relevante para analizar su neologismo. Desde Kant se distinguía entre leyes (Gesetze) de la naturaleza y de la libertad. Las primeras, aplicables a la ciencia natural, la física. Las segundas, al ámbito de lo específicamente humano, la ética. Esta palabra separa el universo moral del natural, ya sea por su vinculación con lo divino, como se ve aún en el Renacimiento, o con las costumbres y la vida espiritual. El siglo XIX, al inventar las disciplinas científicas relacionadas con la vida, entre otras la fisiología, preparó el camino para esa disciplina-puente que Wilhelm Wundt bautizó como “psicología fisiológica”, agregando al ámbito de lo natural el psiquismo, bien que en una forma especial que luego tendría detractores. Lo natural, por consiguiente, no era ya solamente lo físico, sino también podía ser lo “psíquico” (como una de sus diferenciaciones).

La nueva disciplina permitía un incipiente análisis ampliable a seres humanos, animales y plantas. Cabía preguntarse si acaso ello ampliaba el horizonte de lo ético. Tras considerar el neologismo “biopsíquico”, alusivo a la consideración integral del psiquismo humano y no humano, Jahr concluye que el término “bio-ética” cumple semejante propósito al ampliar la posibilidad de deberes morales hacia toda la naturaleza viviente. Pero no funda su imperativo solamente en los avances de la incipiente ciencia psicológica y su impacto en la filosofía. El respeto por la dignidad de los seres vivos es una constante cultural en Occidente y en Oriente, con ecos en San Francisco de Asís, los escritores de la India, Herder, Schleiermacher, Schopenhauer, Rousseau, y muchos otros. Su lectura le lleva a fundamentar la bioética (y su imperativo central de respeto universal) en consideraciones antropológicas, teológicas, filosóficas y culturales. Un amplio panorama interdisciplinario que difícilmente se replica en los argumentos del movimiento estadounidense del siglo XX, formulados “después de la virtud” como cardinal fundamento de la acción moral racional. Con la bioética, Jahr pretende “naturalizar” la reflexión moral, sacarla del ámbito de lo exclusivamente humano, fundarla en una sólida tradición de respeto por la vida en general. Sin desdeñar el factor religioso, objeta la tradicional escisión entre lo humano como superior y el resto de la naturaleza como inferior y subordinado que instala en el imaginario social la tradición judeocristiana.

Si bien el trabajo de Jahr para la bioética se entronca con la filosofía continental europea y su cultura científica, su esfuerzo tiene repercusiones de orden más general. En lo práctico, destaca el cultivo de la compasión como factor formativo, la importancia de la difusión a través de la prensa y la radio para hacer partícipe de la ciencia al gran público y la dimensión de virtud que debería estar presente en la educación a todo nivel. Percibe que una educación que propugna la superioridad del “hombre” sobre toda la “creación” exige un contrapeso en la conciencia pública que no puede quedar mejor representado que en una disciplina intelectual.

Fértil campo de estudio

Se abre para los estudiosos de la bioética un fértil campo de estudio. El análisis de ese período de turbulencia política que en Alemania precedió al surgimiento del nacionalsocialismo debe contemplar estas reflexiones precursoras de la bioética. Esa efervescencia intelectual y social que permitió, por ejemplo, la aprobación de legislación relevante en el campo de la ética de la investigación médica, como la normativa del estado prusiano de 1931, bien merece un examen detallado. Primeramente, porque los sucesos de la historia posterior hacen pensar en cómo medir o apreciar el impacto de la reflexión y el trabajo legislativo para prevenir la instrumentalización política abusiva. En segundo término, la reconstrucción de la historia intelectual europea debiera asignar un papel, así sea modesto, a la obra de este poco conocido pionero del movimiento bioético.

Hasta ahora, en algunos lugares, como por ejemplo en Iberoamérica, hemos conocido en forma preferente, cuando no hegemónica, el principialismo estadounidense con sus fortalezas y sus deficiencias. La asimilación de la tradición filosófica se ha hecho en forma imprecisa, inadecuada por exceso o por defecto, y la contaminación con la crítica geopolítica al imperio del Norte ha enturbiado la discusión al mezclarla con insolventes populismos y el facilismo político de la argumentación de los oprimidos por el capitalismo o el imperialismo y su inmadura defensa por parte de supuestos profetas o gurúes.

Muchos tercermundistas militantes, bajo el lema (lamentablemente a veces con algo de razón) del antiimperialismo económico y ético confunden temas y razonamientos, crean pérdida de tiempo y esfuerzo e incluso intentan mostrar una palabrería carente de densidad intelectual como trabajo académico. El esfuerzo hacia delante es dotar de seriedad a la empresa bioética en Iberoamérica. El estudio de la historia –en sentido amplio– es un buen comienzo.

El caso de Fritz Jahr, como pionero que al menos debe ser considerado en la generación y fundamentación de un vocablo de tanta vigencia actual, destaca dimensiones que sin duda pueden enriquecer el debate, a veces trivializado por la acrítica repetición de lugares comunes. La pregunta que queda sin responder es cuánto más del acervo histórico es menester rescatar para enjuiciar crítica y creativamente nuestro trabajo presente.

Referentes históricos

Desde hace poco, y gracias a publicaciones del Prof. Hans Martin Sass, de Bochum y Washington, se sabe que el vocablo “Bioética” no es una creación de Van Rensselaer Potter (como afirma él mismo y repite la mayoría de los textos) sino un invento del teólogo protestante Fritz Jahr (de Halle an der Saale), quien dio tal título a un artículo de 1927, publicado en la revista Kosmos. Handweiser für Naturfreunde, volumen 24, páginas 2 a 4.

“ Jahr sugiere considerar a cada ser vivo como un fin en sí mismo y tratarlo como tal en la medida de lo posible.”

 

Bibliografía 
– Beauchamp, Tom L., Childress, James F. Principles of Biomedical Ethics. Oxford University Press, New York, 2001. (5ª edición)
– Sass, Hans-Martin. Fritz Jahr’s bioethischer Imperativ. 80 Jahre Bioethik in Deutschland von 1927 bis 2007. Medizinethische Materialien Heft 175, Zentrum für medizinische Ethik, Bochum, 2007. 
– Lolas, Fernando. Introducción histórica a la psicología fisiológica. Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1979.

http://www.jano.es/jano/humanidades/medicas/fernando/lolas/stepke/“imperativo/bioetico”/fritz/jahr/neobioetica/estadounidense/_f-303+iditem-3133+idtabla-4+tipo-10

 


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