Diálogo entre ciencia y religión

Por Dr. Ramón Couto Turnes
sábado 7 de marzo de 2009 3:42 COT

Mi formación científica y teológica me lleva a compartir la idea del Padre Javier Gafe, S.J., que como Licenciado en Biología, además de teólogo, podía expresarse con más rigor sobre el tema, cuando decía que “para hacer una buena bioética hay que partir de unos buenos datos científicos”.

San Anselmo decía que “sería una gran negligencia el no tratar de comprender aquello que creemos”. Lógicamente, y este santo lo conocía mejor que yo, sabemos por la teología que hay una parte del Misterio que está oculta y otra que está develada.

He observado demasiadas veces como muchos expertos en bioética han hecho de ella su religión, pero por otra parte muchos religiosos han querido llevarla a la época de la ortodoxia de antaño.

Thomas Samuel Kuhn dice que “la ciencia no crece por acumulación de contenidos, sino por cambios de paradigmas”, es decir, por conceptos totalmente nuevos en un determinado campo científico. Ello puede y debe implicar igualmente cambios teológicos. Esto lo hemos visto ya en el concepto teológico de la Creación en relación con el paradigma de la Teoría de la Evolución.

Es preciso que la Iglesia Ortodoxa Universal y el catolicismo en general atiendan con diligencia los “signos de los tiempos”. En estos momentos de globalización en que occidente abre sus puertas a un nuevo concepto religioso y en que las distintas jurisdicciones ortodoxas buscan hacer llegar al primer mundo su concepto teológico de la Fe y su manera de vivirla, es preciso que se rompa esa falta de intercomunicación entre ciencia y teología y se formen comisiones de expertos por ambos lados, para promover la enseñanza y el conocimiento científico entre los teólogos, de modo que, a la Luz de la Revelación se dé “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

La Iglesia ha de guardar, divulgar y mantener hasta el fin de los tiempos, el Mensaje del que ha sido depositaria. Y ahí teólogos y científicos vamos a coincidir y respetar pero, al mismo tiempo, como intérprete de “los signos de los tiempos” y, sin ignorar en todo momento el riesgo que conllevaría aceptar el conocimiento humano como algo definitivo, sería bueno y deseable una mayor permeabilidad de la teología y de la propia Iglesia a la influencia positiva de la ciencia, influencia que, también hay que decirlo, muchas veces se considera y actúa con un dogmatismo tal que parece poseer toda la razón y la regla suprema para hallar toda la verdad. Es más, existe el peligro de que confiados en exceso en la ciencia, ésta se crea autosuficiente y renuncie a la búsqueda de cosas más elevadas, perdiendo toda posibilidad de penetrar en las íntimas esencias de la existencia y de la vida.

Quizás haya aspectos bioéticos en los que una parte de la ciencia y la propia Iglesia tanto oriental como occidental, jamás podrán estar de acuerdo por atentar contra la misma esencia de la Naturaleza y del propio mensaje mesiánico, como seria la clonación humana, la manipulación genética, la eugenesia, etc. Sin embargo el cristiano de hoy debe saber vivir su Fe, sin desconocer el avance científico y debe saber que todo descubrimiento de la ciencia es una aportación a su Fe y nunca un impedimento, y que la investigación científica, el desarrollo y el progreso son manifestaciones del Espíritu, que es preciso aprovechar y poner al servicio de toda la humanidad.

Tenemos que ser conscientes de la imagen del cosmos que hoy nos presenta la ciencia, porque ese es el mismo que Dios ha creado. Por tanto, afirmar la Fe en el propio Creador es aceptar, reafirmar y compartir su Creación.

Los nuevos tiempos nos presentan problemas de dimensiones y alcance hasta ahora desconocidos. Ante ellos las viejas confrontaciones entre ciencia y Fe resultan irrelevantes y hasta inútiles. Cabe un punto de encuentro en donde Fe y ciencia se aportan mutuamente cuanto tienen de valor supremo.

Esta cosmovisión científica actual tiene un espacio y también un vacío que solo la teología puede completar. Por tanto científicos y teólogos están llamados a aprender unos de otros y a renovar el contexto en el que se hace la ciencia y en donde la Revelación Cristiana y la teología viva tienen un papel muy importante de aportación y sin interferencias.

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