“Los niños no se producen, se procrean”, se ha escuchado incesantemente por estos días, al conocerse la noticia sobre el nacimiento del bebé seleccionado genéticamente, en España, para curar a su hermano.
La sangre del cordón umbilical de Javier –quién nació el 12 de octubre– servirá para realizar el trasplante que necesita su hermano Andrés para superar una anemia congénita severa.
A través del Diagnóstico Genético Preimplantatorio (DGP), un “derecho” incluido en la cartera de servicios de la sanidad pública de Andalucía, se llevó adelante la técnica de reproducción asistida: un tratamiento que consiste en implantar a la madre, después de una selección genética, embriones compatibles con los de su otro hijo, a fin de que el futuro niño pueda aportar células madre para curar la enfermedad del hermano mayor, relata la noticia.
Según se informó, se ha logrado que la pareja “tenga un nuevo hijo que no sólo está libre de la enfermedad hereditaria, sino que es absolutamente compatible con su hermano, puesto que goza de idéntico perfil de histocompatibilidad (HLA), con lo cual es el donante idóneo para posibilitar su curación, mediante el trasplante de cordón umbilical”.
Las voces no tardaron en alzarse: la Conferencia Episcopal Española (CEE) critica que se haya puesto el acento «en la feliz noticia del alumbramiento y en la posibilidad de la curación de la enfermedad de su hermano», y se hayan silenciado las «implicaciones morales» de este procedimiento. Los obispos denuncian «el hecho dramático de la eliminación de los embriones enfermos y eventualmente aquéllos que, estando sanos, no eran compatibles genéticamente». A su juicio, en este caso, «el nacimiento de una persona humana ha venido acompañado de la destrucción de otras, sus propios hermanos, a los que se les ha privado del derecho fundamental a la vida».
En tanto, recuerdan el documento de la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, del 30 de marzo de 2006, que denuncia la «injusticia que se comete con los seres humanos producidos en el laboratorio», tratados «como un mero producto conseguido por el dominio instrumental de los técnicos». Además, asevera el documento, titulado Algunas orientaciones sobre la ilicitud de la reproducción humana artificial y sobre las prácticas injustas autorizadas por la ley que la regulará en España: «Es cierto: hay que curar a los enfermos, pero sin eliminar nunca para ello a nadie».
Tomar una postura, en este tema, es difícil, porque cada embrión producido es una vida humana. Si yo tuviera un hijo gravemente enfermo y podría salvarlo, ¿lo haría, aunque eso implicase manipular células? ¿Si no hay donante para mi hijo enfermo, voy a dejarlo morir? ¿Cuál es el precio en vidas humanas que se ha de pagar para el fin que se persigue? ¿Es realmente necesario el largo proceso de producción, selección e implantación de embriones, no siempre con éxito en primera instancia? ¿Pueden descartarse en él otros caracteres desfavorables? ¿Es ético el sacrificio de los embriones “sobrantes”? ¿Cómo afectará a la psicología de una persona el conocimiento de su origen por razones de utilidad clínica? Interrogantes de la “necesidad” individual que culminan en debate ético.
Afortunadamente, para los que tenemos más dudas que certezas sobre el tema, para los que, por sobre todo, defendemos la vida, el doctor Nicolás Jouve de la Barreda, especialista en Bioética, nos orienta: “Entre las posibles alternativas que se ofrecen, en un horizonte próximo, podemos citar dos: la tecnología de la terapia génica en embrión, para contrarrestar y curar los efectos de una herencia defectuosa, que es una de las ideas que impulsaron el Proyecto Genoma Humano y la búsqueda de otras fuentes celulares para el trasplante, a fin de eludir la producción de los “bebés medicamento”, como la sangre de cordón umbilical. Lamentablemente la terapia génica, que trata de restaurar, suplantar o anular la expresión de un gen defectuoso, no es posible todavía en embriones y se abre paso en contados casos para la corrección de enfermedades genéticas no complejas en niños o en adultos, aunque es de esperar que sea abordable a medio o largo plazo”.
Existen sobrados argumentos de carácter filosófico, ético y científico que coinciden en la misma idea de la protección de la vida, que el cristianismo defendió desde sus orígenes.
Como cierre, valga la opinión de Sydney Brenner, un importante biólogo molecular sudafricano, laureado con el premio Nóbel de Fisiología y Medicina en 2002, quien, en una carta dirigida al también Nóbel de Medicina Francis Crick, señalaba que “los intentos actuales de mejorar a la especie humana, mediante la manipulación genética, no son peligrosos, sino ridículos. Supongamos que queremos un hombre más inteligente. El problema es que no sabemos con exactitud qué genes manipular; sólo hay un instrumento para transformar a la humanidad de modo duradero, y es la cultura».
Fuentes consultadas:
-Conclusiones del VI Congreso Nacional de Bioética. “Cada niño de diseño implica la muerte de 30 embriones humanos”, Valencia, 19 de noviembre de 2007.
-“Los obispos critican la selección de embriones para lograr bebés que curen a sus hermanos”, El País, España, 17/10/2008.
-“Curar a los enfermos, pero sin eliminar a nadie”, nota de la Secretaría General de la Conferencia Episcopal Española, Madrid, 17 de octubre de 2008.
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