Pere Barri: «Al embrión se le debe un respeto»

Fundó uno de los 8 equipos del mundo que en los años 80 lograron los primeros nacimientos de niños concebidos en probeta. Dirige el área de reproducción del Institut USP Dexeus.

Foto: GUILLERMO MOLINER ÀNGELS GALLARDO
–¿Cómo influye en Victòria Anna, la primera persona nacida en Catalunya por fecundación artificial, que se la conozca como bebé probeta?
–Bueno, ¡es que fue la primera niña probeta de España y América Latina! Está a punto de cumplir 24 años, y desde el primer momento incorporó con normalidad ese calificativo, aunque es cierto que el hecho de ser siempre noticia se le hace un poco pesado. Yo creo que se va normalizando el tema: hay tres millones de niños nacidos por fecundación in vitro (FIV) en el mundo, y esa forma de concepción ya no es una novedad.

–¿Cuántos en España?
–En España no hay registro oficial. Sí lo hay en Catalunya: creo que ahora se logra un millar de nacimientos al año. En principio, todos los centros estamos obligados a informar a la Generalitat de los embarazos conseguidos. Calculo que en España se hacen unos 40.000 ciclos de tratamiento al año, de los que un 30% logran un embarazo. Un 3% de todos los bebés que nacen en Europa se han concebido así.

–¿Se exagera el índice de éxitos?
–No se debería exagerar. Hay que informar a cada pareja de cuál es el porcentaje de éxito que puede esperar, que está en función del motivo por el que no tienen un embarazo espontáneo. Hay que decirles que, normalmente, tienen algo así como un 35% de posibilidades de conseguirlo. Si la mujer tiene 43 años, debe saber que el porcentaje de éxito es de un 15%. A partir de los 45, sus posibilidades serán cero.

–¿Y esas mujeres que son madres a los 50 o a los 65 años?
–Son embarazos en los que la gestante pone su cuerpo pero el óvulo es de una mujer joven. Con óvulos jóvenes, las posibilidades de lograr un embarazo superan al 50% de los intentos, sea cual sea la edad de la madre. Pero cuando oigo que se han logrado gestaciones de mujeres de 60 o 70 años, me parece aberrante. Ese niño apenas tendrá madre y la mujer corre un riesgo vital altísimo.

–¿Hasta qué edad lo aconseja?
–En nuestro instituto no tratamos a mujeres de más de 50 años, aunque la ley española no pone límite a la edad de las gestantes. Consideramos que no es éticamente prudente.

–¿Cómo fue el primer parto?
–Nos costó un año. Cuatro días antes de diagnosticar el embarazo de Dolors, la madre de Victòria Anna, habíamos perdido la que hubiera sido la primera gestación conseguida por FIV. Fue un embarazo ectópico. Al desánimo, siguió la alegría.

–¿Qué técnicas no han cambiado?
–El esquema conceptual de tratamiento para conseguir un embarazo artificial es el mismo que hace 20 años, pero las técnicas no tienen nada que ver. En los inicios, por ejemplo, para obtener óvulos de una mujer había que hacer una intervención quirúrgica, una laparoscopia, que es un acto agresivo. Ahora se hace por punción ecográfica transvaginal: cogemos el óvulo a través de la vagina, una forma menos agresiva y mucho más precisa.

–¿La probeta actúa como un útero?
–Si, porque lo que importa es el medio de cultivo de nutrientes en que se produce el embrión. Lo imprescindible es que las condiciones de temperatura y gases del lugar en que se encuentren el óvulo y el espermatozoide reproduzcan totalmente el ambiente del interior del útero y la trompa de una mujer. Si eso se consigue, la probeta funciona realmente como un útero.

–La Iglesia rechaza todo esto.
–Sí. Yo, que soy católico, me he preguntado siempre por qué es así. Tiene una visión simplista y sesgada de lo que ofrece y propone la ciencia.

–¿Poco informada?
–Han tenido oportunidad de estar bien informados. El tema me preocupa, y me ocupa. Miembros de la Iglesia, en grupos reducidos, me han reconocido que tiene todo el sentido del mundo que una pareja que no puede tener hijos por una enfermedad reciba un tratamiento y tenga descendencia. Muchas mujeres me han dicho: «Entonces, ¿yo no puedo ser estéril y católica? ¿Me condenan a que renuncie a mi religión?». Es como si a alguien que tiene un infarto se le dijera que no se le puede tratar porque la Iglesia no lo aprueba.

–¿Son ustedes los desmitificadores de la concepción humana habitual?
–No. Tenemos la oportunidad de seguir el desarrollo de la vida humana desde sus inicios y, cuanto más se conoce, más se la respeta. Sabemos lo importante que es lograr una vida.

–¿Cuál es el lugar del embrión?
–Hay que encontrar un punto de equilibrio para no sacralizar el concepto de embrión humano. Un embrión de cuatro células no puede tener la consideración de una persona adulta, pero no hay que olvidar que cualquier persona un día fue un embrión de cuatro células. Tampoco se puede banalizar: un embrión no es igual que una célula del pelo o de la piel. Tiene el potencial de desarrollar a un ser humano y, por eso, al embrión se le debe un respeto.

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