CARLOS ÁLVAREZ-DARDET 03/06/2008
Pero ya no somos niños, y el uso de la lengua y en especial la elección de las palabras debería ser un ejercicio consciente de libertad, precisión y posicionamiento. Es odioso que el antisemitismo y la islamofobia estén en boca de los niños, como también lo es que demos pábulo y espacio de propaganda gratuito al fundamentalismo cristiano al propagar la noción falsa de que existe algo a lo que podemos caracterizar y darle entidad llamándole abortismo.
En castellano usamos la terminación de las palabras en -ismo para denominar básicamente creencias que agrupan a personas que usan su autodenominación con cierto ánimo de proselitismo identitario. Así, es aceptable hablar de cristianismo o evangelismo para referirse a los fieles de estas iglesias. Cuando estas creencias no se refieren a la metafísica, sino a nuestra creencia de cómo debería ser la sociedad, hablamos de ideologías, como el socialismo, el fascismo o el ecologismo. Aún hay otros que creen que su equipo de fútbol es el mejor, aunque sea erróneamente, y con cierto ánimo prosélito hablan de beticismo. Sin embargo, el abortismo no existe como ideología porque nadie cree en el aborto y nadie, ni las mujeres que se ven en la necesidad de sufrir interrupciones de embarazo ni los profesionales que ofertan estos servicios, ni los ciudadanos que aprueban el actual statu quo legal del aborto en España, ni los que apoyamos una despenalización real, se definiría a sí mismo como abortista. ¿De dónde viene esta palabra?
La práctica de abortos entró en los códigos penales en los siglos XVIII y XIX al regularse como práctica profesional lo que antes había estado en la esfera doméstica y de círculos de solidaridad entre mujeres. Al profesionalizarse su práctica y hacerse formal, el Estado entró a opinar en una materia en la que nunca antes había entrado. Desde entonces, varias ideologías han luchado por la despenalización, notablemente el feminismo, aunque también el liberalismo y los socialismos marxista y libertario, pero no ha existido una creencia autoidentificada u objetivamente identificable como abortismo. La noción es sencillamente un invento del fundamentalismo cristiano, que para darle entidad a su propia posición ideológica inventa un enemigo al que batir: el abortismo.
Las clínicas acreditadas para la interrupción del embarazo en España en su inmensa mayoría realizan, además de abortos, otras intervenciones terapéuticas, primordialmente de ginecología y obstetricia, y otros servicios de salud de la mujer. Muchas atienden también a varones con problemas urológicos o de cirugía general. Resulta inexacto denominar al todo por una de sus partes, y además de inexacto, es injusto que las denominemos con un nombre de algo que sólo existe como herramienta de propaganda de las asociaciones «pro vida». Fuera de España este abuso no se produce; incluso la prensa más reaccionaria de EE UU o el Reino Unido a lo más que llega es a hablar de clínicas de abortos (abortion clinics), pero nunca de clínicas abortistas.
En España estamos viviendo en los últimos meses una campaña minuciosamente organizada para limitar e incluso revertir la situación de despenalización parcial del aborto que tenemos -que comporta la presentación de querellas en juzgados sensibles a argumentaciones «pro vida»-, que ha sido exitosa erosionando la credibilidad de las clínicas, encarcelando a sanitarios y lesionando gravemente la dignidad de muchas mujeres. Es una campaña bien organizada. Encima no les ayudemos propalando la idea de que el abortismo existe.
Carlos Álvarez-Dardet es catedrático de Salud Pública en la Universidad de Alicante.