«La tradición católica de España e Italia no se puede cancelar en un momento»

 
 GIANNI VATTIMO / filósofo «Se habla de choque de civilizaciones, ya me gustaría que fuera un choque
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El padre del «pensamiento débil» defiende su compromiso cristiano ? Sostiene que «los evangelios se pueden leer cuando uno no es fundamentalista» 

Manuel Calderón 
MADRID- Se acabaron las grandes ideologías, pero no arrastró con ellas -quién lo iba a decir- un pensamiento crítico que se daba por muerto, mezclado por muchas tradiciones (Heidegger, Nietzsche, cristianismo) y lleno de matices traídos por la cultura popular, la cultura de masas ahora, y eso a pesar de que Gianni Vattimo, como uno de los grandes teóricos de la posmodernidad, acuñó un término que ha hecho fortuna: el de «pensamiento débil». Pero con el tiempo, ese modo de pensar se ha endurecido. Así que parece que este intelectual irónico y divertido pide volver a hablar de justicia y libertad y de una vuelta a la esperanza. Y se lo reclama, como hombre que dice estar en la Iglesia católica, a Benedicto XVI. Ahora observa las elecciones italianas que se celebrarán el 13 y 14 de abril con la perspectiva de lanzar al nuevo líder del centroizquierda, Walter Veltroni, al frente de un Partido Democrático que reúne a sectores de la izquierda y a católicos. Es catedrático de Filosofía Teorética de la Universidad de Turín, donde nació en 1940. Entre sus obras destacan «Las aventuras de la diferencia» (1979), «El fin de la modernidad» (1985), «La sociedad transparente» (1989), «Ética de la interpretanción» o «Creer que se cree» (1996). 
-La Iglesia católica ha recuperado una presencia pública, tanto en España como en Italia , ¿a qué responde? 
-En España, Zapatero ha hecho cosas que simbólicamente están en contra de los principios de la iglesia y quizá haya estimulado el renacimiento de una reivindicación eclesiástica. En Italia, donde la relación con el Vaticano es logicamente antigua y los límites están marcados, aunque no siempre respetándose, está suscitando una reacción laicista bastante fuerte, aunque políticamente débil. España siempre me ha parecido un país tradicionalmente católico, pero de otro lado, es un país muy anticlerical, más que Italia, de contrastes fuertes. En Italia, las regiones más anticlericales, como la Emilia Romaña, corresponden a los antiguos estados vaticanos. 
-¿La crisis en el mundo musulmán no está contaminando la política? 
-Creo, sin embargo, que algo se mueve en la relación del Estado y la Iglesia, que quizá tenga que ver con el auge del fundamentalismo musulmán. Me parece que la manera de resolver estos problemas sería la de separar claramente los intereses prácticos, políticos y económicos, de la lucha cultural. Cuando se habla de un choque de civilización, ya me gustaría a mí que fuera un choque de culturas, porque lo que se está produciendo es un choque de poderes históricos y económicos. Los musulmanes de Francia se rebelan no porque no les gusta el arzobispo de París, al que no conocen, sino porque no toleran la pobreza en las «banlieus» donde viven. El punto sería restablecer un espíritu laico para intentar solucionar los problemas materiales, que no son los de conciencia. En Italia y España, que han sido sociedades muy católicas, lo que sucede es que hay toda una historia que no se puede cancelar en un momento, de conexiones, de afinidades y afecto. 
-El Partido Democrático, que lidera Walter Veltroni, parece que quiera aunar dos sensibilidades, la que procede de la izquierda y la de los católicos. ¿Esa es la síntesis histórica que la política italiana ha perseguido? 
-La mejor síntesis que existía hasta ahora es la Democracia Critiana. En los últimos años, con los gobiernos de centroderecha y centroizquierda la Iglesia ha obtenido privilegios que con los cristanodemócratas de los años 50 y 60 nunca les concedieron. Paradójicamente, De Gasperi y Aldo Moro tenían más respeto por el Estado y a la Iglesia que Berlusconi. Se ha perdido un espesor en la tradición de la Democracia Cristiana que era la típica del antifascismo, hoy ha desaparecido. En el Partido Democrático se recrea una cierta Democracia Cristiana, pero con un menor sentido del Estado laico. Veltroni ha sido durante varios años alcalde de Roma y ha tenido que relacionarse con el Papa, con la secretaría de Estado del Vaticano… y problamente éste sea el futuro. Pero sí, Veltroni está intentando esa síntesis, aunque por ahora se está haciendo con predominacia del sector católico, porque la amenaza de una oposición de la Iglesia al Partido Democrática sería electoralmente significativa. 
¿Qué naturaleza humana? 
-Pensadores como Sloterdijk o Roberto Esposito han situado el debate sobre la «biopolítica» en el centro. Massimo Cacciari, un filósofo también cercano al Partido Democrático, sostiene que por primera vez el hombre puede controlar la vida y que este hecho afecta a las creencias más íntimas. ¿Puede este debate influir en la política de manera inmediata? 
-Ahora no creo que afecte mucho. El tema está en cómo se concretizan las investigaciones biológicas en leyes y prohibiciones. Hablar de biopolítica es muy interesante filosóficamente, pero políticamente tiene algo de fuego de artificio. Vamos a ver qué pasa, por ejemplo, con el supuesto de una chica italiana que no puede tener hijos por razones biológicas, si va a tener más posibilidades que una española. El problema para mí es el siguiente: ¿Se pueden arreglar las cosas de la biopolítica con la libertad de los individuos? Por ejemplo, cuando la Iglesia católica habla de biopolítica supone hablar de naturaleza humana. Es decir: un niño tiene que tener un padre y una madre y no puede tener dos madres o dos padres. Un sacerdote tiene una ventaja cuando habla de estos temas, y es que tiene un código básico basado sobre la tradición ética de la Iglesia, el discurso de la naturaleza, el aristotelismo… ¿Nos podemos imaginar un debate que no esté marcado por la idea de naturaleza que cada uno tiene? Yo creo que sí, aunque es muy difícil. 
-Usted sostiene que los evangelios se pueden volver a leer tras la desaparición de las grandes ideologías. ¿A qué se debe el vínculo que muchos intelectuales italianos, incluso procedentes de la izquierda, mantienen con el cristianismo? Es su propio caso, el de Cacciari, Agamben, incluso un pensador tan radical como Negri ha reivindicado la figura de San Pablo. 
-Nunca he comprendido si Cacciari es creyente o no, y no me quiero meter en un hecho íntimo, pero como siempre habla citando salmos y profetas, me pregunto ¿pero qué hace él con todo esto? Yo escribí un libro titulado «Creer que se cree», que estaba pensado para polemizar con Cacciari, porque él nunca habla de su experiencia cristiana en primera persona y mi libro sí. Mi pregunta es: ¿Se pueden leer los evangelios cuando uno no es un fundamentalista? Y algo habría también que polemizar con la jerarquía católica porque creo que los evangelios no se pueden leer de una manera fundamentalista que diga: hay un racionalidad que demuestra la existencia de Dios y después este Dios se reveló. Pero si todo lo que sabemos de Jesús está en los evangelios y este literalismo sólo consigue la muerte de la fe. Yo formo parte de la Iglesia porque me transmitió los evangelios, pero con los evangelios también me transmitió el principio para criticarla. Creo que yo estoy más comprometido con el discurso cristiano que los otros autores que ha citado, que los veo como una secularización de lo sagrado. Para mí, se es un buen cristiano cuando se vuelven a leer los evangelios después del fin de la metafísica. 
Sociedad transparente 
-Usted comentó en un artículo la encíclica «Spe Salvi» de Benedicto XVI y parecía que le reclama algo, pero no como filósofo, sino como hombre cristiano. 
-Es que esa encíclica se publicaba en un momento en que parecía que, por todo el mundo, renacía un gusto por pertenecer a la Iglesia católica y, efectivamente, hubiera sido un buen momento para resucitar esa esperanza. No es suficiente orar y esperar el juicio final, donde Dios restablecerá la justicia, decía Benedicto XVI, para devolver la esperanza. Luego me llamó la atención que no citase a Ernst Bloch, aunque sea por el hecho de haber coincididosambos como profesores en la Universidad de Tubinga y siendo Bloch autor de «Principio de Esperanza» 
-La sociedad de masas es casi un principio de lo postmoderno que usted tanto ha teorizado. ¿Cómo casa esa esperanza en una sociedad de masas? 
-Descubriendo que la sociedad de masas tiene cosas buenas y otras horribles, intenté ligar esas cosas horribles con el hecho de que no es propiamente una sociedad de masas. Se pretende de masas, pero tiene mundos donde el poder se concentra absolutamente. En la reedición que hice de «La sociedad transparente», que se publicó después de la victoria de Berlusconi en el 94, añadía un capítulo en contra de los límites de la masificación. Una sociedad de masas debería ser una sociedad de libertad de masas, lo que excluye la concentración del poder mediático en algunas manos. Yo estoy ligado a una posmodernidad en tanto que sea más liberal y más libre, sin ataduras fundamentalistas.

Fuente: La Razón


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